sábado, 11 de febrero de 2012

LA CÁMARA DE HACER FOTOS


Damos por sentado que las cámaras de hacer fotos hacen fotos. Pero si las cosas hubieran sido de otra manera, si a principios del siglo XIX no hubiera surgido el anhelo: ese “arder en deseos” por fotografiar que ha expresado el historiador Geoffrey Batchen, quizá las cámaras de hacer fotos ahora serían diferentes. Es posible que Niépce, Daguerre o Talbot, hubieran inventado otra clase de máquina distinta para la representación de las cosas. Podrían haber descubierto, por ejemplo, una forma de obtener retratos de la naturaleza mediante la propagación de ondas sonoras, o mediante la utilización de los recursos más descriptivos del lenguaje escrito. Con cada disparo, las cámaras de sonidos compondrían mecánicamente un concierto de timbres y de reverberaciones que a nuestros oídos serían traducciones directas y miméticas del mundo. Un código de rumores para comunicar la complejidad insondable del entorno físico. Por otro lado, si las investigaciones se hubieran orientado hacia la producción literaria, hoy contaríamos con cámaras de hacer palabras capaces de redactar minuciosas descripciones sobre el fragmento de realidad que el operador de la máquina (o fotógrafo) hubiera contenido en el visor.
Pienso cómo sería una fotografía de Josef Sudek realizada con una cámara de las palabras. Seguro, un poema de Francis Ponge:

“La lluvia, en el patio donde la miro caer, desciende con ritmos muy diversos. En el centro es una fina cortina (o red) discontinua, una caída implacable pero relativamente lenta de gotas probablemente bastante ligeras, una precipitación sempiterna sin vigor, una intensa fracción de meteoro puro. A poca distancia de las paredes de la izquierda y la derecha caen con más ruido gotas más pesadas, individuales. Aquí parecen del grosor de un grano de trigo, allá de un guisante, en el otro lado casi de una canica (...)”

Francis Ponge. Lluvia.
  
 Josef Sudek. The Window of My Studio, 1940-54.