Laia,
que aún no ha cumplido dos años, ha dibujado un pensamiento sobre el bordillo
del jardín de casa. Lo ha dispuesto en una hilera de enigmáticos caracteres
realizados con pajitas de plástico. La secuencia, confeccionada con materiales
sintéticos contemporáneos, tiene una factura primitiva que evoca las
representaciones rupestres de los hombres de las cavernas. Imagino que en su
gesto infantil hay una determinación antiquísima: La invención de la escritura.
Lo que Laia ha escrito, si albergaba
algún sentido, lo dispersó un soplo de viento en un instante.
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