Hoy es uno de septiembre, primer día del
calendario laboral 2012-2013. Declaro, conjurando aquellas célebres palabras
del escritor Robert Walser, “que es una hermosa mañana y que me viene en gana
dar un paseo (…) Que me encuentro en un estado de ánimo romántico-extravagante
que me satisface profundamente”, por lo que me he propuesto caminar hasta un
parque cercano con la intención de permitir vagar libremente a mis pensamientos
por si me asaltara alguna idea aprovechable de cara a la temporada que hoy empieza.
Aún no he recorrido la avenida que da acceso
a los jardines del parque, cuando me sale al encuentro un joven vestido con
indumentaria de torero: pantalón ceñido, chaquetilla y medias. La circunstancia
es tan insólita, que me dispongo a formalizar un retrato del joven. “¿Podría
-pregunto con timidez- hacerte una fotografía?”
Mientras compongo el retrato, cavilo sobre
las circunstancias que han traído a este torero -si lo es- hasta el parque. Me
pregunto si ha tomado conciencia -como yo he tomado- de que hoy es el primer
día del mes de septiembre y ha venido -igual que he venido yo- a reflexionar
sobre sus circunstancias y su futuro inmediato. Me inquieta entonces imaginar
que en el retrato del chico pudieran quedarse grabados sus pensamientos. Que
del mismo modo en que la cámara registra cada costura de los bordados de su
camisa barroca, se dibujen con idéntica nitidez los pliegues de los desvelos
instalados en el interior de su cabeza.
“¿Quedan fotografiadas las preocupaciones
dentro de la cavidad ósea del cráneo?” -me pregunto en voz baja-.
Tras la brevísima sesión de fotos me descubro
desbordado por este asunto: el de las ideas fotografiadas. Ahora contemplo a
los demás paseantes del parque con otros ojos: Un hombre se ha abrazado a un
árbol, “¿porqué lo hace? ¿en qué pensará?” Una pareja que camina cogida del
brazo se ha detenido a la sombra de un seto. El hombre se ha percatado de que
les fotografío. Ella no. La mujer parece que está contemplando otro universo,
el paisaje del lado anverso del rostro, un horizonte de manifestaciones por
debajo de la bóveda del cráneo.
Y es que hoy no es cualquier día. Es día uno
del mes de septiembre: Suben el IVA y el IRPF, entra en vigor una violenta
reforma sanitaria… Veo a un padre con su hijo en brazos e imagino que estará
valorando el encarecimiento de los productos y servicios escolares, los
importantes recortes en becas y ayudas para la enseñanza pública. A todo esto
hay que sumar las otras ansiedades que nos ocupaban con anterioridad: el
abaratamiento del despido, el copago, el endurecimiento de las prestaciones por
desempleo… En fin, que la realidad deviene cada día más tóxica y hostil para
todos.
“Soy actor” -me confiesa el chico del traje
de luces cuando me ve salir del parque-.
“Mucha mierda” -le respondo-.